Hay algo que me da mucha rabia, y es que se considere que corregir un texto (que se convertirá en un libro en nuestro caso) es tan solo «echarle un vistazo y arreglar alguna falta de ortografía». Parece que cualquiera con dos dedos de frente y un conocimiento mediodecente del lenguaje pudiera hacerlo en cuestión de unos minutos. La corrección profesional, y más la editorial, tiene demasiada chicha y muchas veces no se le da la importancia y reconocimiento que se merece.
Hoy quiero explicarte más en profundidad por qué hay que corregir un manuscrito (sí o también) y qué tipos de corrección profesional se le aplican para que el libro tenga verdadera calidad editorial.
«¿Por qué necesita corrección mi manuscrito? Yo ya escribo bien (incluso soy filólogo), con echarle un vistazo nos bastaría». Error de novato en el mundo editorial y ya no digamos en la autopublicación.
Tu manuscrito necesita corrección y además profunda, seas Pepe Martín o Pérez-Reverte, y en muchas ocasiones esto no está comprometiendo tu conocimiento y uso del lenguaje en absoluto. Verás, los autores tenéis la vista (y quizás otros sentidos) viciada en cuanto a vuestro texto se refiere. Sabéis lo que sentís, lo que queréis expresar, cómo queréis que el mensaje le llegue al lector, pero no por eso va a ser así en realidad. Estáis tan metidos en vuestra historia que pasáis por alto no solo faltas de ortografía, es que también las encontramos de estilo, de coherencia, o, simplemente, encontramos detalles que siempre podrían pulirse y mejorar la experiencia del lector.
Estos son los tipos de corrección profesional por los que pasará tu texto antes de convertirse en un libro con verdadera calidad editorial:
Corrección de estilo: Suena feo, lo sé, parece que van a usurpar a tu criatura, te van a quitar voz y voto en su desarrollo y la van a transformar en algo completamente diferente a lo que tú habías querido desde un principio. Baja el drama, que los correctores no somos bandoleros asaltando el camino del escritor.
La corrección de estilo se encarga de pulir el manuscrito en busca de expresiones sin sentido o mal enunciadas. De cazar gazapos en la trama o en los personajes que se cuelan en mitad del argumento sin explicación. También de comprobar que el registro de habla de los personajes es el adecuado (a su edad, procedencia, época, etc.). Aunque alguna que otra vez también interviene en las odiosas repeticiones innecesarias, y sugiere alternativas que mejoren el léxico general. Busca añadir alguna explicación a algo que para el autor tuvo sentido en su cabeza, pero el lector externo no sabe de dónde ha salido. Confirma que los nombres propios de personas, ciudades, obras, etc. estén correctamente escritos (también en su traducción en otros idiomas). Acorta o alarga frases para mejorar la cadencia en la lectura, hacer que el lector no se ahogue leyendo un párrafo gracias al sutil arte de la puntuación. En fin… en la corrección de estilo se corrige todo menos el estilo del autor.
Corrección ortotipográfica: Un nombre muy extraño y muy largo, pero es que esta corrección se encarga tanto de la ortografía como de corregir y unificar los recursos tipográficos. Es, por supuesto, la que busca faltas gordas de esas que te hacen sangrar los ojos y las subsana. Pero también esos bailes de letras que pasan más desapercibidos, cuando en una palabra larga los dedos te han traicionado y han cambiado las letras de lugar. Por supuesto, no se olvida de la puntuación y de su correcto uso. Os sorprendería la cantidad de errores de puntuación que se corrigen en un manuscrito. Y del mal uso de preposiciones, también, mogollón (muchas veces porque escribimos como hablamos, y eso a veces no cuela). Se carga los dobles espacios. Unifica recursos como las comillas, cursivas, negritas, mayúsculas, títulos, etc. para que no sea cada capítulo de su madre y de su padre. Vela por la integridad de los diálogos (esta puntuación en castellano se merece un monumento) y distingue entre los diferentes significados que puede tener una misma grafía. En fin… que «escribir bien» no te libra de pasar por la corrección ortotipográfica (y vas a flipar cuando veas los resultados).
Me gustaría destacar que creo firmemente en que no existe un libro sobre la Tierra que no contenga al menos una errata. Tengamos en cuenta que los correctores somos personas, y que por muchas veces que se revise un texto, por muchos pares de ojos que lo analicen, siempre se va a colar al alguna erratilla. Esto hay que tenerlo claro y aceptarlo como todo en esta vida, pero imagínate qué habría sido de tu libro si encima no lo hubieses enviado a corregir.
De hecho, es bastante común que una vez se ha finalizado la etapa de corrección, cuando parece que ya tenemos el texto definitivo y ya solo nos debemos dedicar al diseño en plena fase de maquetación, aún encontremos algún error que ni el autor ni el corrector en sus numerosas revisiones había visto. Y es que la perfección no existe, pero todo se puede (y debe) corregir.
Piensa que un potencial lector comprará tu libro atraído por una estupenda sinopsis que le promete la historia que justo en este momento está deseando leer. Imagínatelo en su casa, después de un día duro en el trabajo, en pijama y pantuflas dispuesto a disfrutar de los últimos minutos de su día con tu historia entre sus manos. Imagínate que cada pocos renglones alguna errata o falta de sentido le saca de su estado casi meditativo en torno a su momento de lectura. Tu historia era buena, pero no estaba bien revisada y editada. Has ganado una mala crítica y un lector que seguramente no volverá a comprarte, mucho menos a recomendarte.
Si eres un autor serio y le dedicas a tu obra un tiempo y esfuerzo justo hasta que has escrito el libro que de verdad quieres vender, acepta un consejo de amiga: no recules en la recta final. No le quieres hacer eso a tus lectores. Tampoco a tu libro.
Nos seguimos leyendo 🙂